domingo, 22 de junio de 2008

Mariachis eléctricos

Este relato lo escribí para una tarea de la materia de psicología social de la Uni.

Éstos eran dos amigos, El Memelo y El Tiburcio, que juntos integraban el dueto de jazz Los nietos de Moctezuma. Un buen día decidieron que su capacidad musical necesitaba apoyo y pensaron en formar una banda, para lo cual recurrieron a otras agrupaciones de su estilo en busca de posibles nuevos integrantes.

Así, después de mucho buscar y oír las propuestas de los candidatos, la alineación y el nombre del grupo cambió. Ya no fueron sólo El Memelo y El Tiburcio, sino también El Tripa, El Memín y Eleuterio Cenobio; y Los nietos de Moctezuma ya no fueron Los nietos de Moctezuma, sino Los Mariachis Eléctricos, cuya música sonaba a algo a medio camino entre lo ranchero y lo psicodélico.

Decidieron nombrar al proyecto de su primer disco “Huapango a go gó” y comenzaron el arduo proceso de componer las canciones que habrían de llenarlo.

Al principio no fue nada fácil, dadas las vastas influencias que marcaban a cada uno de ellos, y que los hacían querer sonar parecidos a sus ídolos, aunque éstos estuvieran a millas de su talento. Entre ellos se prestaban discos para ir a la par en la ruta sónica, y descubrir poco a poco nuevos ritmos y sonidos que alegraran el oído y el alma del oyente.

Después de mucho aprendizaje, gastos y conflictos el disco estuvo listo. En los discos duros de las modernísimas computadoras del carísimo estudio de grabación se hallaban ya las canciones que los volverían triunfadores en lugares como New York, Tokio y París. El grupo había aprendido a conservar cierto equilibrio a pesar de las a veces notorias diferencias entre los integrantes.

Pero al conserje del estudio, que era fan del grupo, unos días antes del lanzamiento del primer sencillo de la banda, “I love you, mamacita”, se le ocurrió que a su compadre que vivía como ilegal en California le podría gustar el sonido del grupo, así que decidió mandárselo por Internet. Al compadre le gustó tanto que lo compartió con sus compañeros mojados, y ellos a su vez lo compartieron con más personas, y a partir de ahí empezó la ruina del grupo. Perdieron dinero ya que casi no se vendió una vez que estuvo en los anaqueles, ya que todos tenían al menos dos copias en casa. Tuvo un éxito tremendo en la radio que no se vió reflejado en los ingresos de la banda, cuyo miembros, desilusionados, comenzaron a explorar caminos diferentes. El Memelo comenzó a traficar con hongos alucinógenos pero casi llegando a San Diego fue capturado por los federales. El Tiburcio se casó con su novia de la secundaria, pero a los tres meses tuvo un affaire con una cajera del supermercado donde trabajaba acomodando latas y escapó con ella rumbo a Puerto Escondido, donde ella lo abandonó por un gringo cincuentón que manejaba una Lincoln. El Tripa se obsesionó con los videojuegos de balazos y nunca salía de casa de su madre, donde se dice que jugaba en el tiempo que no dedicaba a beber cerveza y a ver talk-shows por televisión. El Memín y la esposa de El Tiburcio aprovecharon su ausencia y de esa relación nació tiempo después un niño al que llamaron Virgilio Parménides pero todos en la cuadra apodaban El Tamal de dulce, y quien nunca supo de la existencia de El Tiburcio. Eleuterio Cenobio al parecer se unió a un grupo guerrillero y se pasaba la vida leyendo a Marx, a Engels y a Mao. La última vez que lo vieron fue en un asalto a un Burger King. El compadre del conserje fue deportado y regresó a su pueblo en la sierra de Oaxaca, donde empezó a escribir poemas y cuentos cortos que luego le publicaban en el segmento cultural de un periódico de circulación nacional. Después le vino la fama, escribió su primera novela que fue best-seller en Europa y tomó un crucero con su mujer y sus cinco hijos al Caribe. Se rumora que se quedaron a vivir en Montego Bay. El conserje, al ser encontrado bajando pornografía en una de las computadoras del estudio fue despedido, y decidió irse de mojado a Estados Unidos. El pollero lo dejó a él y a otros veinte indocumentados en el desierto, donde su rastro se hizo difuso. Nunca más lo han vuelto a ver.




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