domingo, 22 de junio de 2008

No debiste salir de casa



Era un día de esos en que sientes que no debiste levantarte. Una tarde gris en que no sabía dónde quería estar pero sí en dónde no quería estar, o sea en mi casa frente a la ventana, viendo tras la cortina la llovizna floja que comenzaba a caer, manchando de puntitos el pavimento del patio. En este tipo de pensamientos estaba cuando sonó mi celular. Era ella. Empezó con un sollozo tímido, para luego soltar un lloriqueo como de niña. Yo tratando neciamente de calmarla y ella llorando y sorbiendo sus mocos, y afuera una lluvia terca arrastrando basura por la carretera.
-Tobbs desapareció- me dijo cuando logró tranquilizarse.
-No te preocupes, así son los gatos. Se van muchos días y de repente aparecen de la nada, campantes y felices como si acabaran de cojer.
-Yo pensaba lo mismo, pero algo me dice que no está bien- entre sollozos- ya son demasiados días. Lo extraño.
Le dije que iría a verla para ayudarla a buscar al gato en las calles de su pequeño vecindario. Era mejor que quedarse a limpiar el agua que se había colado entre las grietas del techo dejando charcos sucios por toda la casa.
Mientras conducía pensaba en el viejo Tobbs. No sé muy bien a quién, pero rogaba por que no le hubiera pasado nada malo a ese pinche gato. Lo más seguro es que anduviera de putas por ahí. Sí, buscando trasmitir sus genes de gato gordo y huevón por el mundo. Eso debe ser. Un gato viejo que salió de caza y que se está tomando su tiempo para regresar al cubil. Y una novia que quiere demasiado a su mascota, y que se pone triste al ver el cojincito lleno de pelos vacío, y las croquetitas de pollo con atún reblandecidas en el tazón color morado, y el sonido que no suena de un cascabel en el cuello de un gato panzón. Pinche Tobbs.
Cuando llegué ya me estaba esperando con su suéter de Choco Cat. Acababa de terminar de llover y todo el fraccionamiento olía a hierba mojada, a banqueta recién lavada y los arbustos y las resbaladillas del parquecito de la esquina parecían recién hechos. La tarde parecía empezar a componerse. Seguro el pinche Tobbs estaba por ahí, se había quedado dormido mientras esperaba a que pasara la lluvia. Un gato flojo y miedoso.
-Seguro Tobbs debe estar por ahí, pasando frío y hambre- dijo mi novia con ganas de llorar de nuevo.
-Ni creas, los gatos son cabrones. Saben cazar por instinto, y odian mojarse. De seguro tiene menos frío que nosotros, y debe estársela pasando de pocas.-y la abracé y le di un beso. Un beso húmedo. Un buen beso.
Tobbs había desaparecido tres días antes. Mi novia se desesperó al cuarto y eso la motivó a pedir mi ayuda. Caminamos las empinadas calles del fraccionamiento, peinamos los cerros enanos que están detrás del vecindario y nos enlodamos los tenis llamando al gato. No apareció. Buscamos incluso bajo los coches estacionados para ver si no se había resguardado ahí. Inútil. Mi novia se puso triste de nuevo.
-¿Y si alguien lo vio y le gustó y se lo llevó a su casa? ¿Y si nunca lo vuelvo a ver?-antes de soltar otra vez esas lágrimas que son para mí peores que una patada en los testículos. No las soporto. Es desolador ver a alguien a quien quieres llorando. Y es todavía peor no poder hacer nada para evitarlo.
-Nah-le dije mientras la abrazaba de nuevo pero esta vez sin beso húmedo-vas a ver que mañana regresa. Es más, vamos a casa a hacer unos carteles en la computadora, para repartirlos y pegarlos y que Tobbs regrese más rápido. Tal vez sí sea cierto que alguien se lo llevó a casa, pero verán los carteles y sabrán que ese gato es tuyo y te lo regresarán.
De repente, así como paró de llover, paró su llanto, y, como un niño al que le muestran un algodón de azúcar, sonrió.
Nos fuimos a su casa. Encendió su computadora, abrió el procesador de textos, escogió una foto de Tobbs de los dos gigas de fotos de él existentes y comenzamos a crear el anuncio. “Se busca” en tipografía Impact a 48 puntos. Foto del gato, descripción, dirección y teléfono celular y fijo de su dueña. Su madre nos preparó café.
Después de la segunda taza salimos a pegar y a repartir las hojas previamente fotocopiadas en el multifuncional del papá. Empezaba a oscurecer y procuramos terminar rápido. Aún así sobraron algunos carteles.
-Me los llevaré para pegarlos en la entrada al fraccionamiento-dije mientras los arrojaba al asiento de al lado del conductor.
Fui a dejarla a su casa y mientras nos despedíamos sucedió algo maravilloso. Oímos un maullido. Arriba de nosotros, por las azoteas coronadas de antenas y tinacos. Ya estaba oscuro y no pudimos ver al gato, pero estábamos seguros de que era Tobbs.
Mi novia comenzó a llamarlo.
-Gatito, ven gatito. Tobbs, ¡Tobbs!
Pero Tobbs no salió por ningún lado. De todas formas esto nos alegró la noche y nos despedimos con otro beso largo y húmedo. Subí al auto, arranqué y me dirigí a la salida del fraccionamiento. Ella se quedó llamándolo.
Casi al llegar a la reja de la salida (o entrada según se vea) descendí del auto para orinar. No vi la necesidad de pegar más carteles puesto que sabía que Tobbs andaba por casa de mi novia y para esos momentos quizás ya estaría con ella, untándosele a las piernas y comiendo sus croquetitas de pollo con atún, y ella regañándolo pero a la vez abrazándolo, y prometiendo cuidarlo con todavía más cariño.
Al bajar del auto me dirigí hacia un terreno lleno de envases de refresco vacíos y vidrios rotos. El frío y el café habían hecho bien su labor y tenía una necesidad imperiosa de vaciar mi vejiga. Pero al avanzar entre unas hierbas altas y mojadas tropecé con algo que hizo que me olvidara de todo por un momento. El cadáver de un gato atropellado, arrojado ahí por una mano lo suficientemente piadosa como para esconderlo, pero no como para enterrarlo. Un gato gordo. Tobbs.
Si yo tuviera un jardín juro que ahí lo hubiera enterrado. Un metro cuadrado de tierra hubiera sido suficiente para Tobbs. Pero no. Vivo en un lugar donde el pavimento y la loseta la han reemplazado. No quedó más lugar para mi piedad que ese mismo terreno lleno de basura. Ahí enterré a Tobbs. Después oriné y me subí de nuevo al auto. Y otra vez, inoportunamente, estúpidamente, comenzó a llover.


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