Creo que olvidé algo pero no sé que es. Se nos fue el día con la velocidad de una nube que juega en el viento, vi mi rostro ondular en un charco gris y mis pasos desandaron el camino a casa, a ese sofá, al café instantáneo y la lluvia se fue y ya no quedó nada que esperar, porque la rutina nos obligó a volvernos erráticos a contemplar tantas ausencias. Nos fuimos volviendo crucigramas, objetos difusos, trebejos en un desván, y nos cubrió la noche de la nostalgia, se nos llenó el corazón de oscuridad. Muchas letras escaparon de nuestras manos, quedamos inconclusos y la tristeza escurrió por nuestras caras. Esto fue lo que nos dejó la lluvia al olvidar parte de sí, lo que nos corresponde, lo que siempre fuimos sin darnos cuenta. Todo eso que hoy nos llena de ruina los bolsillos.
Era un día de esos en que sientes que no debiste levantarte. Una tarde gris en que no sabía dónde quería estar pero sí en dónde no quería estar, o sea en mi casa frente a la ventana, viendo tras la cortina la llovizna floja que comenzaba a caer, manchando de puntitos el pavimento del patio. En este tipo de pensamientos estaba cuando sonó mi celular. Era ella. Empezó con un sollozo tímido, para luego soltar un lloriqueo como de niña. Yo tratando neciamente de calmarla y ella llorando y sorbiendo sus mocos, y afuera una lluvia terca arrastrando basura por la carretera. -Tobbs desapareció- me dijo cuando logró tranquilizarse. -No te preocupes, así son los gatos. Se van muchos días y de repente aparecen de la nada, campantes y felices como si acabaran de cojer. -Yo pensaba lo mismo, pero algo me dice que no está bien- entre sollozos- ya son demasiados días. Lo extraño. Le dije que iría a verla para ayudarla a buscar al gato en las calles de su pequeño vecindario. Era mejor que quedarse a limpiar el agua que se había colado entre las grietas del techo dejando charcos sucios por toda la casa. Mientras conducía pensaba en el viejo Tobbs. No sé muy bien a quién, pero rogaba por que no le hubiera pasado nada malo a ese pinche gato. Lo más seguro es que anduviera de putas por ahí. Sí, buscando trasmitir sus genes de gato gordo y huevón por el mundo. Eso debe ser. Un gato viejo que salió de caza y que se está tomando su tiempo para regresar al cubil. Y una novia que quiere demasiado a su mascota, y que se pone triste al ver el cojincito lleno de pelos vacío, y las croquetitas de pollo con atún reblandecidas en el tazón color morado, y el sonido que no suena de un cascabel en el cuello de un gato panzón. Pinche Tobbs. Cuando llegué ya me estaba esperando con su suéter de Choco Cat. Acababa de terminar de llover y todo el fraccionamiento olía a hierba mojada, a banqueta recién lavada y los arbustos y las resbaladillas del parquecito de la esquina parecían recién hechos. La tarde parecía empezar a componerse. Seguro el pinche Tobbs estaba por ahí, se había quedado dormido mientras esperaba a que pasara la lluvia. Un gato flojo y miedoso. -Seguro Tobbs debe estar por ahí, pasando frío y hambre- dijo mi novia con ganas de llorar de nuevo. -Ni creas, los gatos son cabrones. Saben cazar por instinto, y odian mojarse. De seguro tiene menos frío que nosotros, y debe estársela pasando de pocas.-y la abracé y le di un beso. Un beso húmedo. Un buen beso. Tobbs había desaparecido tres días antes. Mi novia se desesperó al cuarto y eso la motivó a pedir mi ayuda. Caminamos las empinadas calles del fraccionamiento, peinamos los cerros enanos que están detrás del vecindario y nos enlodamos los tenis llamando al gato. No apareció. Buscamos incluso bajo los coches estacionados para ver si no se había resguardado ahí. Inútil. Mi novia se puso triste de nuevo. -¿Y si alguien lo vio y le gustó y se lo llevó a su casa? ¿Y si nunca lo vuelvo a ver?-antes de soltar otra vez esas lágrimas que son para mí peores que una patada en los testículos. No las soporto. Es desolador ver a alguien a quien quieres llorando. Y es todavía peor no poder hacer nada para evitarlo. -Nah-le dije mientras la abrazaba de nuevo pero esta vez sin beso húmedo-vas a ver que mañana regresa. Es más, vamos a casa a hacer unos carteles en la computadora, para repartirlos y pegarlos y que Tobbs regrese más rápido. Tal vez sí sea cierto que alguien se lo llevó a casa, pero verán los carteles y sabrán que ese gato es tuyo y te lo regresarán. De repente, así como paró de llover, paró su llanto, y, como un niño al que le muestran un algodón de azúcar, sonrió. Nos fuimos a su casa. Encendió su computadora, abrió el procesador de textos, escogió una foto de Tobbs de los dos gigas de fotos de él existentes y comenzamos a crear el anuncio. “Se busca” en tipografía Impact a 48 puntos. Foto del gato, descripción, dirección y teléfono celular y fijo de su dueña. Su madre nos preparó café. Después de la segunda taza salimos a pegar y a repartir las hojas previamente fotocopiadas en el multifuncional del papá. Empezaba a oscurecer y procuramos terminar rápido. Aún así sobraron algunos carteles. -Me los llevaré para pegarlos en la entrada al fraccionamiento-dije mientras los arrojaba al asiento de al lado del conductor. Fui a dejarla a su casa y mientras nos despedíamos sucedió algo maravilloso. Oímos un maullido. Arriba de nosotros, por las azoteas coronadas de antenas y tinacos. Ya estaba oscuro y no pudimos ver al gato, pero estábamos seguros de que era Tobbs. Mi novia comenzó a llamarlo. -Gatito, ven gatito. Tobbs, ¡Tobbs! Pero Tobbs no salió por ningún lado. De todas formas esto nos alegró la noche y nos despedimos con otro beso largo y húmedo. Subí al auto, arranqué y me dirigí a la salida del fraccionamiento. Ella se quedó llamándolo. Casi al llegar a la reja de la salida (o entrada según se vea) descendí del auto para orinar. No vi la necesidad de pegar más carteles puesto que sabía que Tobbs andaba por casa de mi novia y para esos momentos quizás ya estaría con ella, untándosele a las piernas y comiendo sus croquetitas de pollo con atún, y ella regañándolo pero a la vez abrazándolo, y prometiendo cuidarlo con todavía más cariño. Al bajar del auto me dirigí hacia un terreno lleno de envases de refresco vacíos y vidrios rotos. El frío y el café habían hecho bien su labor y tenía una necesidad imperiosa de vaciar mi vejiga. Pero al avanzar entre unas hierbas altas y mojadas tropecé con algo que hizo que me olvidara de todo por un momento. El cadáver de un gato atropellado, arrojado ahí por una mano lo suficientemente piadosa como para esconderlo, pero no como para enterrarlo. Un gato gordo. Tobbs. Si yo tuviera un jardín juro que ahí lo hubiera enterrado. Un metro cuadrado de tierra hubiera sido suficiente para Tobbs. Pero no. Vivo en un lugar donde el pavimento y la loseta la han reemplazado. No quedó más lugar para mi piedad que ese mismo terreno lleno de basura. Ahí enterré a Tobbs. Después oriné y me subí de nuevo al auto. Y otra vez, inoportunamente, estúpidamente, comenzó a llover.
Este relato lo escribí para una tarea de la materia de psicología social de la Uni.
Éstos eran dos amigos, El Memelo y El Tiburcio, que juntos integraban el dueto de jazz Los nietos de Moctezuma. Un buen día decidieron que su capacidad musical necesitaba apoyo y pensaron en formar una banda, para lo cual recurrieron a otras agrupaciones de su estilo en busca de posibles nuevos integrantes.
Así, después de mucho buscar y oír las propuestas de los candidatos, la alineación y el nombre del grupo cambió. Ya no fueron sólo El Memelo y El Tiburcio, sino también El Tripa, El Memín y Eleuterio Cenobio; y Los nietos de Moctezuma ya no fueron Los nietos de Moctezuma, sino Los Mariachis Eléctricos, cuya música sonaba a algo a medio camino entre lo ranchero y lo psicodélico.
Decidieron nombrar al proyecto de su primer disco “Huapango a go gó” y comenzaron el arduo proceso de componer las canciones que habrían de llenarlo.
Al principio no fue nada fácil, dadas las vastas influencias que marcaban a cada uno de ellos, y que los hacían querer sonar parecidos a sus ídolos, aunque éstos estuvieran a millas de su talento. Entre ellos se prestaban discos para ir a la par en la ruta sónica, y descubrir poco a poco nuevos ritmos y sonidos que alegraran el oído y el alma del oyente.
Después de mucho aprendizaje,gastos y conflictos el disco estuvo listo. En los discos duros de las modernísimas computadoras del carísimo estudio de grabación se hallaban ya las canciones que los volverían triunfadores en lugares como New York, Tokio y París. El grupo había aprendido a conservar cierto equilibrio a pesar de las a veces notorias diferencias entre los integrantes.
Pero al conserje del estudio, que era fan del grupo, unos días antes del lanzamiento del primer sencillo de la banda, “I love you, mamacita”, se le ocurrió que a su compadre que vivía como ilegal en California le podría gustar el sonido del grupo, así que decidió mandárselo por Internet. Al compadre le gustó tanto que lo compartió con sus compañeros mojados, y ellos a su vez lo compartieron con más personas, y a partir de ahí empezó la ruina del grupo. Perdieron dinero ya que casi no se vendió una vez que estuvo en los anaqueles, ya que todos tenían al menos dos copias en casa. Tuvo un éxito tremendo en la radio que no se vió reflejado en los ingresos de la banda, cuyo miembros, desilusionados, comenzaron a explorar caminos diferentes. El Memelo comenzó a traficar con hongos alucinógenos pero casi llegando a San Diego fue capturado por los federales. El Tiburcio se casó con su novia de la secundaria, pero a los tres meses tuvo un affaire con una cajera del supermercado donde trabajaba acomodando latas y escapó con ella rumbo a Puerto Escondido, donde ella lo abandonó por un gringo cincuentón que manejaba una Lincoln. El Tripa se obsesionó con los videojuegos de balazos y nunca salía de casa de su madre, donde se dice que jugaba en el tiempo que no dedicaba a beber cerveza y a ver talk-shows por televisión. El Memín y la esposa de El Tiburcio aprovecharon su ausencia y de esa relación nació tiempo después un niño al que llamaron Virgilio Parménides pero todos en la cuadra apodaban El Tamal de dulce, y quien nunca supo de la existencia de El Tiburcio. Eleuterio Cenobio al parecer se unió a un grupo guerrillero y se pasaba la vida leyendo a Marx, a Engels y a Mao. La última vez que lo vieron fue en un asalto a un Burger King. El compadre del conserje fue deportado y regresó a su pueblo en la sierra de Oaxaca, donde empezó a escribir poemas y cuentos cortos que luego le publicaban en el segmento cultural de un periódico de circulación nacional. Después le vino la fama, escribió su primera novela que fue best-seller en Europa y tomó un crucero con su mujer y sus cinco hijos al Caribe. Se rumora que se quedaron a vivir en Montego Bay. El conserje, al ser encontrado bajando pornografía en una de las computadoras del estudio fue despedido, y decidió irse de mojado a Estados Unidos. El pollero lo dejó a él y a otros veinte indocumentados en el desierto, donde su rastro se hizo difuso. Nunca más lo han vuelto a ver.
Este es un ejercicio de escritura automática que hice en medio de una aburrida clase de Estadística. No tiene título.
Rutina como gigantescos mecanismos de relojería traigo mis armas oxidadas una cosecha de uvas y melocotones espiral, un laberinto en medio de galaxias infinito viaje hacia Andrómeda transparencia nada un millón de murallas fueron derruidas la eternidad dibujada en antiguas runas testigas mudas de caídas y esplendores de imperios un día las hormigas se alzarán y recorrerán el viejo camino que los cadáveres forjaron dejando su simiente de victoria conquistadoras luz cegadora que alumbra el horizonte escarabajos difusión reptante crustáceos desconocidos bajo la piel echando raíces de glotonería escurren su baba espinosa de euforia son el batiscafo de nuestra fosa perenne indisoluble medusas fangosas creciendo entre helechos color carmín extiendes tu manto para contemplar el panorama Uluru y las nubes son uno solo el mismo fuego que iluminó los albores prende hoy su llama para los insectos y los cocodrilos
Turbio paseo al borde del abismo. Carne de maguey que suda la sangre ancestral conduce nuestros pasos a alturas insospechadas; y de golpe, cristales resquebrajados, vemos ante nosotros la última cuesta al reino de los muertos. Borrachera, tibio naufragio, ebria garganta por el beso demente del mezcal.
Un poco cursi, pero así quedó y ya no hay nada que hacer. Algunos renglones para tus ojos, de parte de este oxidado chacal.
traes a casa contigo la mitad de mi vida. con el sonido de las hojas, dejas tu paz en pequeñas huellas. Hacen falta en mi claustro tus flores. Sol diminuto, gota de ámbar, estrella transmutada en mujer, hay noches larguísimas que llevan tu nombre tatuado. Divino beso, un trago de cielo, vienes a casa trayendo la carga de mis sueños; borras con tus pasos la senda de mi infortunio, bebo febril de tus manantiales. Me arropas, buscas mis heridas invisibles, mientras me brindas el beso agridulce de tus licores. De siempre me conoces, soy ante tus ojos un chacal oxidado, un rancio mendigo, la oveja negra asesinada. Descubres mi desnudez, me devoras y das a luz en un solo abrazo, y ahí, entre la tempestad de tu cabello, naufrago apacible sin desear jamás divisar puerto.
Un miedo rasposo como guadaña mil y una noches a la deriva, encadenado a un madero podrido. lejos de la bendición de la madre. Entre cerdos y anguilas, arrastrarse a ciegas en el fango pestilente. En medio de la noche, una muralla frente al infinito, a medio pársec de ningún lugar. La guadaña suda su frío, un temor ancestral acaricia la espina, el tibio aliento de la muerte te cuenta en susurros tu destino al oído. Buda,escúdame. Jesucristo, escúchame. Mahavira, mis pies se han vuelto polvo y la muralla se ha desmoronado. Es tiempo de volver al onírico foso, donde nadan mariposas y cadáveres. Padre solar, ¿sabrás socorrerme?
vago triste e inmundo, la cerveza barata es mi compañera de viaje. Una tarde color plomo. Viento oxidado, herrumbre, cactos a la merced solar, naufragio al fondo del barranco. soy un loco tocando canciones de protesta en el desierto. Un abismo cruel es profetizado. Crípticos mensajes en botellas arrojados,lentamente, a la marea. ¿Será eterno mi destierro? Bivalvos, espuma nacarada, erizos. Un despeñadero lejano donde reptan los musgos ermitaños. Querida mía, te he estado soñando. Mosaicos desgastados, sal, la gigantesca soledad de tu ausencia. Una bandada de loros corta el cielo. Después de siete días viene el regreso. De rodillas. Padre, he pecado. Madre, te he extrañado. Querida, traje para tí los sueños que me dibujaste, y mis manos hambrientas de tus manos.
Guardo mis ruinas en el bolsillo, ante tí, como un perro famélico, no hay nada qué decir, no hay qué hacer, no tengo nada que darte ni puedes alimentarme, mucho menos darme a probar tu medicina de olvido. Sigo enmarañando espejismos, escarbando por mis huesos, queriendo ponerlos a tus pies de ninfa. Todavía ciertas noches oigo tu nombre en mis ladridos. Aquél retrato ya sólo es espejo de tu ausencia, sueños en blanco y negro, tu mirada lo abarca todo. Los viejos espectros arriban, son mis huéspedes permanentes. Se toman mi vino, roen mis cartílagos, y yo nada puedo hacer con la garganta rota y los colmillos podridos.
Al final de nuestro derrumbe sólo quedaron cadáveres, osamentas derruidas que siguen pesando a mis espaldas. Un puñado de arcilla. Decoro mis aposentos con máscaras rotas. Se burlan. Me hieren. Saben a lo que han venido y no hallarán reposo hasta verme bajo la avalancha. Cuatro paredes y sólo hay desesperación. El derrumbe se ha llevado todo, y al final sólo quedaron miles de recuerdos secándose al sol; y ahora, una neblina implacable, cabalgando con la derrota por estandarte, termina por sepultarlo todo con sus cascos de hembra. No hay brazos de madre que curen desolación, ni lluvia clemente que barra mis despojos. Quédate con todo, miseria, esta mano tú la ganas.
te regalo mi derrota, te la pongo en un papel con mis letras de rendición. Esta última batalla ha sido la peor, me basta mirarte a los ojos para saberme vencido, despojado. Y ahora no hay quien cure mis manos. Ahora sólo quedan recuerdos polvorientos y manchas de soledad por todo el cuarto. Te regalo mi rutina, mis ganas de no ser nada, mis sábados aburridos, los lunes color tristeza. Por favor guárdamelos, al fin y al cabo es lo único que me queda, y esas estúpidas manchas, que se adueñan poco a poco de todo. Ahora lo entiendo. Puedo escribirte un millón de cosas más, décimas, sonetos, redondillas, toda esa basura, pero jamás me querrás.
despacio devoro el tiempo a la espera de tu fulgor, masticando amargas hierbas. Son demasiada espera las tinieblas. Al oscuro señor miríadas de plegarias, alucinando tus hombros de paloma. ¿Vendrás alguna vez a medir mis abismos, o me quedaré durante eones calculando la eterna paralaje de tu ausencia? Perdido entre alimañas roedoras y tu insondable amor, lejano como la verdad de Dios. Es una eternidad de infortunio. Es un camino de navajas. Es naufragar en el Estigia una y otra vez, a la espera de tu fulgor. ¿Te quedarás alguna noche a cenar para anestesiar mi derrota, o por el contrario, volverás en tu cometa al cielo azul que te ha engendrado?